No podemos vivir al margen del sufrimiento, y a pesar de esta verdad universal, nadie nos enseña a hacerle frente.
Si buscas que alguien te explique qué sentido tiene y el por qué de tanto sufrimiento, no encontrarás respuestas explícitas. Nadie puede explicar el porqué y el cómo: la muerte te coloca en un viaje que ha de hacerse en soledad.
El duelo (o las respuestas de afrontamiento a la pérdida) es una reacción natural y universal, pero solo en el camino de tu propia experiencia irás encontrando las respuestas.
Si estás en un proceso de duelo, sientes que el dolor te supera. Te preguntas si lo que te está pasando es real o todo es una pesadilla de la que despertarás para volver a estar con ese ser querido. “¿Por qué me ha pasado a mí?”, te repites una y otra vez. Pero tampoco tienes claro a quién diriges esa pregunta.
Puede que te sientas confuso, enfadado o culpable por lo ocurrido. Los “tendría que haber…”, “por qué no hice…”, “y si…” llenan tu mente, te hacen daño. O tal vez no pudiste despedirte y tu corazón se rompe por el dolor de tantas cosas que se han quedado sin decir. Te duele el estómago y las articulaciones, los brazos y las piernas te pesan, te cuesta dormir y ese nudo en la garganta hace que comer sea muy difícil.
La persona valiente no es la que oculta el sufrimiento, sino la que tiene el valor de compartirlo.
Si ha pasado poco tiempo desde la pérdida, seguramente te identifiques con lo que lees. Si hace más tiempo, es posible que recuerdes así esos primeros días. Todos esos pensamientos, sentimientos, comportamientos y síntomas físicos se denominan respuestas o afrontamientos de duelo.
Los expertos sabemos que son maneras naturales con las que respondemos ante una situación tan impactante que nuestro cerebro y cuerpo no puede asimilar.
Nadie puede escapar de la experiencia vital que se produce siempre que se rompen vínculos afectivos. Si no queremos vivir el proceso tan desagradable que supone el sufrimiento por la desaparición de personas significativas de nuestra vida, tendríamos que evitar relacionarnos.
Si quieres evitar el dolor del duelo, el precio que tendrás que pagar es el de estar totalmente desvinculado de los demás y, por lo tanto, excluido de toda posibilidad de experimentar la felicidad.
El duelo tiene cuatro fases, que se dan secuencialmente aunque a menudo se superponen entre ellas. Cualquier pérdida presenta estas dimensiones en mayor o menor medida, y vivir la experiencia implica ponerles atención y aceptarlas todas.
Aturdimiento-Choque
Tanto si el fallecimiento era esperado por una larga enfermedad como si ha sido por causa inmediata, la primera reacción al conocer la pérdida es de aturdimiento y choque.
La conmoción causada por la noticia de la muerte amenaza nuestra capacidad de respuesta organizada.
Existe una gran activación a nivel corporal que puede manifestarse, entre otros, mediante aumento del ritmo cardíaco y respiratorio (taquicardias, mareos), sudoración, opresión torácica, temblores, etc. Así mismo, podemos vivir episodios de hiperactividad o hipoactividad (quedarse inmóvil).
Puede que nuestra capacidad para concentrarnos, la atención y la memoria se vean limitadas, lo que afecta a la toma de decisiones y a la realización de determinadas tareas.
Existe una gran sensación de irrealidad. Nos asaltan pensamientos como “Esto no puede estar pasándome a mi” o “Sabíamos que iba a morir pero no imaginábamos que el momento llegaría”.
Emocionalmente podemos sentirnos confusos, desesperados, tristes, culpables, llenos de angustia, miedo y ansiedad.
La variedad de emociones sentidas pueden ocasionar un sentimiento de “embotamiento emocional”, con incapacidad de sentir y de llorar; otras personas, en cambio, tienden a expresar su aflicción de manera intensa con llantos o gritos.
Es normal experimentar una oscilación entre la expresión y la inexpresión, entre la palabra y el silencio. En esta etapa podemos ver una gran variedad y diversidad de respuestas. Todas ellas son normales, desde el llanto más desgarrador, hasta la aparente solvencia y reserva.
En definitiva, todas estas reacciones ayudan a suavizar el impacto de la realidad de la pérdida.
Protección-Negación
Con frecuencia, en una familia en duelo, la persona que lo lleva de manera más saludable es la que los miembros identifican como la que está peor.
Cuando tomamos conciencia de que empieza el día a día sin el ser querido, sentimos la desgarradora realidad de la ausencia. En esta fase, podemos empezar a desarrollar una serie de respuestas de afrontamiento de la situación, cuya finalidad es protegernos de esta nueva realidad.
En la mayoría de las personas en duelo, empiezan a aparecer respuestas de evitación como negar los hechos o minimizar la importancia, mantenernos activos para manejar la sintomatología o incluso intentar sustituir la pérdida.
Estas estrategias promueven una asimilación más progresiva de la realidad; es decir, actúan como una barrera protectora ante el dolor, apartando de la conciencia recuerdos o pensamientos incómodos, sensaciones dolorosas, necesidades frustradas y el malestar general producido por la muerte del ser querido.
Hay una necesidad inconsciente de evitar el contacto con el dolor y la realidad de la pérdida.
Integración-Conexión
Progresivamente vamos aceptando la realidad de la pérdida y estamos más preparados para enfrentarnos al dolor que nos causa. Las respuestas de evitación y negación van cesando de intensidad, y los recuerdos, así como la tristeza que de ellos se desprende, van inundando nuestro día a día.
En esta fase hay una gran necesidad de estar en conexión con los recuerdos de la persona fallecida, de hablar de los asuntos pendientes así como de lo importante que era esa persona en nuestra vida.
Aparecen los rituales, como por ejemplo visitar lugares significativos, encender velas, hacer cajas de recuerdos, el diálogo simbólico (escribir cartas a la persona fallecida), en definitiva, sentir la ausencia y el amor a través del recuerdo.
Necesitamos expresarnos mediante la palabra u otras técnicas.
Crecimiento-Transformación
Después de asimilar todo el dolor de la pérdida, podemos experimentar una transformación importante en nuestras vidas. Pueden aparecer preguntas existenciales que hagan referencia al sentido de la vida.
Aparecen cambios en los valores y prioridades del afectado. Acostumbra a variar la percepción que tenemos de nosotros mismos y de los demás.
La pérdida se transforma en una nueva reorganización del mundo interno, dando paso a una nueva visión en el sentido y filosofía de la vida.
El dolor se va desvaneciendo paulatinamente para dar paso a otras emociones como la gratitud y el amor incondicional, tanto hacia la persona fallecida como a la vida en general.
Estas etapas son las necesarias por las que hemos de pasar para poder cerrar la herida emocional producida por la pérdida y que esta no se convierta en un duelo complicado o patológico.
No hay un tiempo determinado para establecer cuando finaliza un duelo, pero no menos de un año. Aunque en determinados momentos la ansiedad y la tristeza nos desborda, es posible elaborar e integrar la pérdida de un ser querido y continuar viviendo, por supuesto, nunca olvidando a esa persona.
Los psicólogos de EnMente somos especialistas en terapias para afrontar el proceso de duelo. Si necesitas orientación, llámanos.
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