El teléfono móvil, las tablets y los ordenadores forman parte de nuestro día a día. Desde que los niños son pequeños tienen acceso a la tecnología y ven a sus padres conectados de forma permanente. Estos factores influyen en nuestros hijos y, sin duda alguna, en su desarrollo.
¿Cómo afecta la tecnología al desarrollo de la mente de los niños?
La triste realidad es que, hoy en día, los bebés aprenden a desbloquear el móvil antes que a sumar, construir frases o vestirse de forma autónoma. Aprenden a distraerse con asombrosa facilidad.
Como padres, utilizamos este recurso en múltiples ocasiones. Si salimos a cenar fuera, vamos a disfrutar de un concierto o llevamos a nuestros hijos a la peluquería; el móvil es la manera de que se entretengan y no molesten. Se les pone un juego o un vídeo de youtube y desaparece el niño.
Esto tiene innumerables consecuencias en el desarrollo de los niños pero queremos hacer hincapié en dos.
Distracción en vez de tolerancia a la frustración o esfuerzo
La mente humana es muy cómoda. Se rige siempre por la ley del mínimo esfuerzo. Si encuentra atajos, datos que puede olvidar o esfuerzos que ahorrarse, los va a tomar siempre.
Al cerebro del niño no le gusta frustrarse y nunca le va a salir esforzarse si no es por mediación de un adulto.
Hay incontables situaciones en las que los padres requieren de la atención y el esfuerzo del niño para que este vaya alcanzando una necesaria autonomía.
Pongamos un ejemplo sencillo: aprender a comer en plato y con cubiertos. Esta sencilla tarea que todos tenemos tan automatizada nos supuso un gran esfuerzo cuando éramos pequeños. Nuestros padres tuvieron que sentarse con nosotros día tras día, generando un hábito que trajo frustraciones, manchas y dificultades.
Todos los padres conocéis la sensación de ver cómo tu hijo se mancha de pies a cabeza cenando cuando tú ya le tenías bañado y limpio. Lo lento y tedioso que es que vaya cogiendo la cuchara por sí solo y atinando para llevársela a la boca.
Muchas veces queremos ahorrarnos tiempo y esfuerzo y darles nosotros la comida. Sin embargo, esa frustración forma parte del proceso de aprendizaje por ensayo-error que creará el hábito y le irá haciendo independiente.
Sin embargo, si cuando el niño tiene que esforzarse para acertar y llevarse la comida a la boca nosotros le distraemos con un vídeo del móvil su cerebro se dispersa. Sin darnos cuenta vamos creando la asociación mental de que cada vez que viene una situación en la que esforzarse no será necesario hacerlo, habrá una distracción.
Es imposible que nuestros hijos mantengan la atención sostenida si utilizamos estos mecanismos con frecuencia.
La gran paradoja es que pretendemos que se concentren mientras les distraemos con pantallas.
Falta juego simbólico
Cuando los niños son pequeños necesitan fantasear con construir el mundo y crear historias en su cabeza. De ese modo podrán imaginarse como profesores, bomberos, cantantes o médicos.
Es importante que cojan un trozo cartón y simulen que es una varita mágica, que pinten un dragón en una hoja y hagan como que lo derrotan.
Si escuchamos jugar solos a niños de 3 años (o con sus juguetes no interactivos) veréis exactamente lo que significa «juego simbólico». Supone poder usar la imaginación y el simbolismo en lo que nos rodea; es siempre una creación única y maravillosa de la mente de los niños.
Evidentemente no estamos hablando de juego cuya finalidad directa sea educativa, no se trata de que aprendan e interioricen normas, sino de algo muy importante y que determinará su desarrollo cognitivo: la capacidad de pensar, de simbolizar el mundo, de entendernos con un lenguaje común.
Que el niño pueda entender e interiorizar la realidad que le rodea depende, en parte, de que pueda disfrutar de este tipo de juego creativo.
Las películas, los videojuegos o las apps no permiten que los niños creen (del verbo crear) nada propio. Pueden interactuar, pueden ser entretenidos o, incluso, educativos, pero no deben ocupar la mayor parte de su tiempo de ocio.
Como hemos dicho antes, el cerebro en general es perezoso y si puede ahorrarse esfuerzos lo va a hacer. Por lo tanto, siempre elegirá una pantalla donde «se lo den todo hecho» por encima del esfuerzo de un juego donde tenga que inventarse por sí mismo las historias. Sin embargo, ahora sabemos la gran importancia de esas invenciones y fantasías que desarrolla cuando juega.
Consecuencias del abuso temprano de las tecnologías
A largo plazo, cuando los hijos entran en la preadolescencia, el abuso de las pantallas durante el desarrollo cognitivo se suele traducir en que no tienen aficiones, nada les interesa nada especialmente y no son capaces de aburrirse.
Necesitan su dosis de imágenes, de móvil, de Youtube o de instagram. Son menos creativos, tienen menos inquietudes y a veces, las más graves, no han logrado simbolizar el mundo en sus mentes.
Muchos psicólogos relacionan el uso temprano de la tecnología con los déficit de atención y con la aparición de problemas emocionales en la adolescencia.
Es fundamental que los niños aprendan a aburrirse, a entretenerse solos (sin nada, estando con ellos mismos), a esperar, a mantener la atención, a frustrarse y a elegir. Aspectos que no te proporciona un móvil o tablet.
Pero claro, estamos en sociedad, nuestros bebés crecen, van al colegio y antes de llegar al instituto sus amigos ya tienen móviles. Ellos empiezan pronto a pedir un smartphone propio.
¿A qué edad se recomienda que un niño tenga móvil?
La edad en que los menores tiene su primer smartphone ha caído en picado en la última década.
Personalmente he visto niños de 2 años desbloquear tranquilamente el móvil de sus padres. A niños de 3 años desbloquearlo y abrir alguna aplicación de reproducción de vídeo o juego de forma completamente autónoma. Y a algunos con 10 años que ya andan pidiendo el último iPhone del mercado. La situación es desalentadora.
El móvil ya es el típico regalo de comunión.
La fundación ANAR recomienda que no se disponga de móvil propio hasta los 15 años. Ciertos expertos afirman que antes de los 13 años es perjudicial. Sin embargo, las estadísticas revelan que uno de cada cuatro niños de 10 años tiene móvil. Con 11 años el procentaje sube a la mitad. Y con 12 años tres de cuatro niños lo tienen.
Nuestra opinión: el móvil es una responsabilidad y un privilegio. Cada hijo es distinto, su desarrollo es particular y, por tanto, no apostamos por una edad fija a la que acceder a un móvil propio. Los padres deben valorar la capacidad de su hijo para asumir esta responsabilidad.
En cualquier caso, es fundamental que exista una adaptación, unas normas de uso específicas y que se vaya aprendiendo los límites (cuando no se debe usar, qué usos le puede dar y cuáles no, etc.).
Hasta que el menor aprenda a hacer un uso responsable del mismo, los padres deben ser los dueños del teléfono y deben de poder acceder a él.
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